¿TRABAJO O “TRABAJACIONES”?


Amanece en Benissa Martha Lovera



Esta semana, tras quince días de asueto, me tocó volver al trabajo. A propósito de esto quiero compartir con ustedes un concepto que escuché hace algún tiempo y que llamó poderosamente mi atención. El término es trabajaciones que, según los expertos en bienestar, no es más que llevarse deberes del trabajo a las vacaciones. Seguro os suena de algo. Pues ¿adivinen qué hice al saber esto? Que distorsioné su significado a mi conveniencia y desde hace ya tiempo pregono a los cuatro vientos “estar de trabajaciones” declarándome su más ferviente practicante.
Para mí las trabajaciones son todo lo contrario. Son procurarme momentos vacacionales mientras trabajo o tener una actitud vacacional mientras espero disfrutar de las vacaciones. Eso me hace reflexionar sobre el concepto de trabajo y hablo de trabajo visto como ocupación retribuida, porque si vamos a la RAE hay unos cuantos significados que son dignos de sentarse a llorar. Los que más me sorprendieron fueron: “penalidad, molestia, tormento o suceso infeliz”. Y está claro, hay muchos que consideran que el trabajo es eso. Son esas personas que lastimosamente se ven en la necesidad de dejarse engullir por una actividad que no les gusta, que no les hace vibrar, que no les impulsa a levantarse cada mañana con ganas de comerse el mundo y con ansias de darlo todo. Eso será para quienes incluso les amarga y atormenta su trabajo quizás por el hecho de ser solo el medio para producir “riqueza” o, mejor dicho en los tiempos que corren, para tener con qué sobrevivir. ¡Eso sí que debe costar trabajo! ¿No? Sin embargo, hay muchos que estamos en la otra línea. Esos que tenemos el privilegio de no considerar la profesión como un trabajo. Para mi fortuna siento que hago lo que me gusta y, de paso, me pagan por hacerlo. ¡Qué suerte la mía! Seguramente la vocación tiene mucho que ver en ello y sobre todo la forma que elegí para vivirla. Una forma en la que el tiempo libre disponible entre jornada y jornada es el adecuado para permitirme otras actividades y así repararme lo suficiente para volver fresca al ruedo, no sea que se me canse la vocación y se vaya de paseo. 
Hoy en día esto es bastante difícil lograr. Algunos pueden creer que es vagancia, otros alguna forma de conformismo o quizás incluso una excusa para hacer lo mínimo. Pero os garantizo que no, que es mi fórmula magistral, la mía insisto, para evitar que el hastío me haga odiar lo que amo.
Hace mucho que comprendí algo que considero crucial, y es que con nuestro salario no nos pagan por desempeñar una función sino que todos los días alquilamos parte de nuestro tiempo vital finito, preciado e irrecuperable a un tercero para poder así cubrir ciertos gastos que a veces coinciden con necesidades y la mayoría de las veces no. 
Hay quienes se alquilan mucho y otros que nos alquilamos lo justo y necesario. Pero cada uno tiene sus prioridades y circunstancias y todas son respetables y lícitas y no pretendo cuestionarlas ni juzgarlas. Aún así día a día veo con pena personas que van por la vida dejando que su trabajo tome el mando de su existencia. Se creen imprescindibles en sus empresas o proyectos, cuando en realidad, ninguno lo es. Van con la agenda a todas partes, envían mails desde la mesa del comedor con los amigos de espectadores. Hacen llamadas en los pasillos del teatro mientras la obra, esa obra llamada vida, sigue su curso sin ellos en el escenario. Y así se les va la vida y de pronto, al levantar la mirada, se encuentran en sus casas con unos desconocidos que un día fueron sus familiares y amigos. Y caen en cuenta que se acerca el verano y se tienen que encerrar con esos desconocidos durante quince días, sin poder esconderse tras esa enfermedad epidémica que yo llamo ocupaditis.
Ocupaditis: patología que sufren los que afirman sin parar: "es que voy liado" "es que no me da la vida" "es que no tengo tiempo" "es que estoy full ocupado" "es que todo es muy complicado" etc.
Tengo el privilegio de vivir en la costa. En un lugar donde media España, o España al completo dada la masificación imperante, viene a pasar sus días estivales. Un lugar hermoso y variopinto en ofertas de ocio, cultura y gastronomía para todos los gustos. A mi juicio, un sitio ideal para vivir y para estar de vacaciones y, aún así, me entristece ver a muchas de esas personas que nos visitan, estresadas y amargadas. Creo sobre todo que es lo segundo, porque si se está estresado con alegría, se lleva mejor. El caso es que esas personas, que seguro las habéis visto también, esas que golpean a otros en los tobillos con el carrito de la compra sin enterarse, las que impacientes esperan despotricando a que un camarero les tome nota o las que discuten a todo pulmón con su pareja e hijos mientras colocan la sombrilla en la playa. Esas personas modifican el significado de la palabra vacaciones para sí mismos y para quienes somos testigos indirectos de su mal genio, alterando también la energía de la ciudad que se empaña de un halo de queja y hostilidad impresionantes. Quejas por el calor, por el sol, por el viento, por el gentío por doquier; por el tráfico, por el servicio lento en el bar, por el oleaje, por las rocas que hay en las playas de rocas, por la arena que hay en las playas de arena.

Eso me hace pensar en cuánto se ha desdibujado el concepto de disfrute. El disfrute de lo sencillo. ¡Disfrutar! ¡Qué palabra más bonita! Cuánto me gusta eso de “sacar el fruto” a algo y, como soy de las que vive al contrario que la mayoría de mortales porque trabajo cuando ellos están libres y libro cuando la mayoría trabaja, he procurado hacerme una experta en el arte del disfrute. Así que podría decirse que sí, que hace algunos años que practico eso de estar de trabajaciones, en mi versión del concepto obviamente, y por ello nada más acaba mi jornada laboral, procuro hacer la vida que hace una persona que está de vacaciones y compagino la práctica de múltiples actividades que me alegran el alma. Está claro que no se logra todos lo días, pues también están las responsabilidades y deberes del día a día donde la cotidianidad exige hacer unas cuantas actividades poco lúdicas e incluso poco agradables como ir a la compra, al banco, al taller, etc. Pero mi foco está en el disfrute y creo que eso hace la diferencia. Si no lo practicáis os lo recomiendo de corazón.
De hecho, hace un par de años, por circunstancias personales, mi pareja y yo decidimos quedarnos en nuestra ciudad durante nuestras vacaciones, pero con el reto de mirar la zona con óptica de viajeras y disfrutarla de forma diferente. Me asombró cómo, ver con otra mirada todo lo que tenía a mi alcance en el día a día, me hizo valorarlo aún más y descubrir otro tanto de lo que no me había percatado que existía. Un restaurante, una ruta por la montaña, la playa de siempre eran distintos. Siempre habían estado allí y yo no los había visto de esa forma. ¡¿Cuántas cosas dependen de cómo las miramos?! Eso daría para otro post. He de reconocer que entonces me peleé con la situación y me enfadé. ¿Cómo vamos a quedarnos en casa en nuestras vacaciones? Menudo mito eso de irse fuera para disfrutar. Menudo engaño eso de las vacaciones, porque resulta que fue una de las experiencias más bonitas, reveladoras y enriquecedoras de esa temporada y es que a veces no hace falta irse tan lejos ni esperar a un periodo acotado en el tiempo para descubrir cosas maravillosas y disfrutarlas. Lo que nos hace falta es limpiarnos las gafas de la rutina para ver mejor. Y precisamente fue eso lo que hice con el término de trabajaciones, redimensionarlo, sacarlo del contexto para el que ha sido creado, mirarlo con otra óptica y apropiarme de él para abanderar esa libertad que solo está a nuestro alcance si nos arriesgamos a cuestionar nuestras prioridades y dar valor a lo realmente importante.
¡Qué triste sería que, cuando ya no estemos, nos recuerden sólo por el trabajo que desempeñamos y no por quienes fuimos!
¿Y tú qué prefieres? ¿Trabajar o estar de trabajaciones?

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