Tristeza Indignada
¿Puede
un sentimiento tan profundo como la tristeza amanecer un día indignado? Pues
sí, acabo de recordar que sí. Que a veces no solo se nos indignan los
pensamientos, los valores y la moral. A veces se nos indigna el alma entera y
aparece eso que yo llamo tristeza indignada.
Según
la RAE indignación significa: "enojo, ira o enfado vehemente contra una persona
o contra sus actos".
Hoy
mi tristeza amaneció indignada con horario venezolano. Y es que ¡¿cómo es
posible que hoy día sigan muriendo personas por patologías tan banales como una
gripe, la diarrea o un ataque de asma?!
¿Cómo
es posible que una mujer sana con apenas cuarenta años, con una hija pequeña y
sobre todo siendo médico con ejercicio activo en hospitales tanto públicos como
privados, muera por las carencias de sistema sanitario que hace años está
comatoso y cuyos gobernantes se niegan a reconocer?
Pues
sí, mi tristeza está indignada porque nadie merece perder la vida por la
ineptitud e irresponsabilidad de otros.
Sé
que nada sucede porque sí, que todo sucede cómo, dónde y cuándo corresponde
según esas leyes no escritas llamadas “las leyes de la vida”. Pero a ver si
alguno de los responsables de esta catástrofe sin sentido que campa impune por
Venezuela le explica eso a esos hijos que se están quedando sin sus padres, a
esos abuelos que se están quedando sin sus nietos por falta de medicinas, material médico o comida. Que expliquen
eso como muchas atrocidades más que suceden a diario y son un flagrante
atentado contra la alegría, contra el amor y contra la vida; contra el
optimismo, la Fe y el trabajo, como viene sucediendo en mi amada Venezuela
desde hace mucho.
Quienes han elegido quedarse allí pese a todo ha sido
por eso. Porque su esperanza en un futuro mejor, su fe y su sentido de pertenencia les
ha empujado a permanecer en “la lucha”, como dicen muchos cuando les pregunto:
—¿Cómo están? —Y responden con esa voz que denota una extraña mezcla de esfuerzo
y alegría: —Aquí mi amor, en la lucha. Jodidos pero pa’lante.
Aurilenin
no pudo seguir luchando, le asesinaron la vocación con apenas 40 años. Ya no la
vocación profesional que como médico que era la dedicaba a hacer el bien y a
salvar vidas cuando la dejaban. Le asesinaron la vocación de vivir.
Mi
tristeza está indignada desde esta madrugada cuando me enteré por el grupo de
Whatsapp de compañeros de promoción, todos médicos formados en Venezuela y que
hoy estamos regados por todo el mundo, que esa colega con la que compartimos
tantos momentos durante la formación, esa chica de mi edad, una doctora tan querida como decían colegas y pacientes, había muerto.
Sé
que este es un tema peliagudo para muchos. Por
nuestra cultura y educación en nuestra sociedad no es sencillo hablar de la
muerte, pero nos guste o no, es la única certeza que tenemos y he preferido
utilizar eso a mi favor, porque quizás recordando día a día que este tiempo es
tan solo una prórroga, una cuenta regresiva que empezó el día que nacimos,
quizás así me sea más sencillo disfrutar y agradecer cada instante lo que vivo,
aunque muchísimas veces no lo consiga.
Así
que sí, por más optimista, amante de la alegría y del lado bueno de las cosas
que yo sea; por más afortunada y practicante del disfrute que me considere,
hoy me permito la licencia de estar triste pero no con una tristeza cualquiera.
Estoy triste con una tristeza indignada y escribo estas palabras en homenaje a
todos aquellos que, como Aurilenin, han
perecido en su particular cruzada de vivir en Venezuela y sobre todo en
reconocimiento a aquellos que, aún con todo, siguen sonriendo con la esperanza
en sus labios, esperanza de volver a vivir en la Venezuela que se merecen.
Porque Venezuela nació grande, alegre, rica y libre y sabemos que eso, tarde o
temprano, volverá.
¡Vuela
libre y serena compañera!
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