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77. Esas fueron las primaveras que sus ojos vieron florecer, pero no los otoños que vio a los árboles deshojar. Porque no quería ver marchitar su cuerpo, porque no quiso prolongar lo inevitable. Porque no quería, ni se merecía sufrir. Eligió partir cuando el verano aún se dejaba sentir emitiendo bocanadas de calor en su pueblo natal, que iba alternando con esos días que de súbito amenaza a tormenta. Así fue ese día. Oscilante entre el calor y la brisa fresca de los primeros días de septiembre y con la característica humedad reinante.
Teníamos una cita. Ella había propuesto el día, sé que ya lo sabía. Sabía que sería el día de su partida. Yo lo supe cuando subí las escaleras de su casa.
77. ¿Cuántos días? ¿Cuántos latidos? ¡¿Cuánta vida?!
De todo ese recorrido, solo nos habíamos visto unas pocas veces. ¿Diez? ¿Doce? No sabría decirlo. Solo sé que su plata cabellera me dejó varias lecciones.
Me enseñó que la valentía no se mide por los actos heroicos que hacemos sino por la gallardía de superarnos a nosotros mismos día a día. Que los vínculos y la confianza no van de la mano ni de la sangre, ni de la cercanía ni del tiempo compartido, sino del respeto, la admiración, la lealtad y la honestidad mutuos, recíprocos, esos que se demuestran en la cotidianidad con pequeños actos.
Me enseñó que se puede ser sumamente feliz y dar amor aún estando profundamente herido. Que el sarcasmo puede también ser una manera de acercarnos a otros si se utiliza con inteligencia y con el cuidado necesario para evitar hacer daño. Porque cuando no se quiere hacer daño eso se nota, más allá de una palabra y un gesto, se nota en una mirada que cómplice abraza por encima de la palabra hablada.
Me mostró que la forma más sencilla de comunicarnos con otros muchas veces se logra sin hablar. Que la libertad siempre sienta mal a quienes la temen y que la irreverencia es necesaria para defenderla.
La nuestra fue una relación fugaz, “casual”. Sí así, entre comillas. Porque cada día tengo más claro que nada es casual. Fue una relación llena de intensidad y complicidad. Que quizás, ni de lejos, llegó a las 77 horas.
Aún así, eternamente agradecida, maestra, por la sabiduría que me regalaste. Sigue el rumbo de tus estrellas. 

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