ARDE


Fuego de la chimenea de los suegros


ARDE


Arde el verdor de la preciada selva. 
El Amazonas grita con rugido de tigre, el himpar de pumas y el parloteo de las guacamayas.
Todo dolor, todo sufrir nublado de una profunda confusión envuelta en cenizas y llamas.
El verdor que se vuelve opaco, oscuro y triste acaba con la vida de nuestra selva amada. 
Selva sabia, selva amada. 
Verdor naciente de indios, destino de la codicia de los sin alma. 
Los ritos no bastan, las plegarias no apagan las llamas.
Las danzas ancestrales no pueden solitarias contra el fuego que todo lo devasta. 
Nuestra madre más antigua clama, implora piedad sin lograr ser escuchada. 
¿Dónde están los que se acercaban a ella atraídos por la bravura de sus aguas, por el relucir brillante de sus suelos, por la calidez de las fibras de sus matas? 
¿Dónde estamos los humanos que tantas veces la hemos violado?
Allí en las antiguas Indias Occidentales con sus Kawahivas y por aquí también en el territorio de los Guanches, arde la tierra, arde nuestra madre. 

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